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Fri17Mar2017

Más allá de 'Salvados': así es la España rural que muchos desprecian

Artículo de Víctor Lenore, publicado originalmente en El Confidencial.

La noche del pasado domingo, el programa 'Salvados' de Jordi Évole ha escogido un asunto tan desconocido como necesario. Nos referimos a la España rural, esa amplia zona geográfica a la que generalmente se mira con una mezcla de pena y desprecio desde los años ochenta, cuando se impusieron las ansias (un poco paletas) de integrarse a toda mecha en el sueño europeo y copiar en todo lo posible a ingleses, franceses y alemanes. Nuestro país se convirtió en un nuevo rico dispuesto a derrochar en edificios sofisticados (la fiebre Guggenheim/Calatrava), acontecimientos de impacto global (expos, juegos olímpicos) y complejos turísticos para disfrute de clases pudientes europeas (desde Ibiza a Marina D'Or, pasando por los festivales hípsteres).

Por suerte, parece existir una tendencia editorial a descubrir cómo son realmente esas provincias olvidadas. El año pasado triunfó ‘La España vacía. Viaje por un país que nunca fue' (Turner), del periodista y novelista Sergio del Molino, crónica precisa y amena del éxodo rural hacia las urbes entre 1950 y 1970. "Hay que viajar muy al norte, hasta Escandinavia, para encontrar en Europa unas densidades de población tan bajas como las de la España vacía", explica el texto.

Pedimos a Del Molino su opinión sobre la visión hegemónica, que presenta al campo español como patriarcal, derechista y atrasado. "El campo español -suponiendo que exista, yo lo dudo y casi lo doy por extinguido- es menos plural y diverso que las ciudades, pero hace tiempo que dejó de ser un territorio inculto, machista o reaccionario. En el plano político, las elecciones demuestran que la proporción de votos en las provincias rurales es muy similar a la de las grandes ciudades. Si da la impresión de que tienden a ser más conservadoras es por el reparto de escaños en la ley electoral, que hace que el sistema se comporte como mayoritario en las circunscripciones menos pobladas, haciendo inútiles los votos que no vayan a la lista que obtiene el primer puesto".

Se destruye así el primer mito de nuestra mentalidad urbanita. "Socialmente sí que puede haber un desfase conservador con respecto a las ciudades, pero no estamos hablando de la casa de Bernarda Alba. En las comunidades pequeñas es más difícil ser raro o disentir, pero se dan otras forma de disidencia y de rareza que no se ven en las ciudades. El cliché del campo español como brutal y atrasado dejó de estar justificado hace décadas", denuncia Sergio del Molino, cuyo libro ha superado los 50.000 ejemplares vendidos.

Contra dogmas dominantes

¿Cuáles son esas resistencias? Nos lo explica Paco Cerdá, autor del aclamado 'Los últimos. Voces de la Laponia española' (2017, Pepitas de Calabaza), publicado recientemente, pero que va ya por la tercera edición. "Para escribir mi libro, conocí la vida de los últimos resistentes de ese territorio tan deshabitado, que abarca al 13% del país y donde solo vive el 1% de la población española. También conocí muchas otras formas de vida, desmarcadas del capitalismo salvaje. Y comprobé que no hay bandera ni pancarta de amor a una tierra que iguale la dignidad y la defensa de un territorio que mantienen estos últimos habitantes, condensada en una frase que me dijo Antonio en Bubierca (Zaragoza, 25 habitantes): ‘Mientras estemos, aquí estaremos'. Aprendí que la despoblación extrema que afecta al interior de España está mermando la vida de estos resistentes".

Para Del Molino, la división entre la España urbana y la España vacía ofrece ejes de pensamiento distintos a los dominantes. "Podemos pensar otros relatos que sirvan para articular la convivencia del país sin recurrir al nacionalismo y a sus mitos, asumiendo la premisa de que vivimos en una sociedad abierta y compleja donde las identidades tribales solo sirven para levantar muros con los otros y encenagar el debate público en beneficio de alguien. Existe otro diálogo posible desde la intimidad y la mitología familiar, que se opone a los mitos sangrientos sobre los que se construyeron los estados-nación", apunta.

Cerdá explica con precisión la pinza de falsos mitos que atenaza la imagen del campo español. "El medio rural ha sido víctima de una campaña persistente de demonización, por un lado, y de falso espejismo bucólico, por el otro. En ‘Los últimos' hay una voz que aparece para subrayar que las zonas gravemente despobladas tienen una parte de Belfast, en el sentido de que hay un conflicto político invisibilizado que genera desigualdades a sus víctimas, pero también de Toscana: tierra sin contaminación y reserva espiritual de valores en peligro de extinción a escala urbana como lo son el silencio, la ausencia de consumismo compulsivo, la 'tecnoadicción' o un ritmo de vida más humano", explica.

Además, ofrece datos capaces de hacernos abrir los ojos. "No es conocido que casi 5.000 pueblos tienen menos de 1.000 habitantes en este país y todos juntos apenas suman el 3% de la población estatal. O que en estas diez provincias que conforman la llamada Laponia española hay una densidad de 7,3 habitantes por kilómetro cuadrado, la única zona de Europa junto a la Laponia escandinava con semejante nivel de desertificación humana (Barcelona supera los 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado). O que en ese territorio, que dobla en tamaño a Bélgica y tiene 1.355 municipios, vive menos gente que en los distritos madrileños de La Latina y Carabanchel juntos", señala.

Llamazares y Delibes

Por supuesto, ninguno de los dos autores piensa que han descubierto algo que no se supiera. Simplemente han aportado dos libros sustanciales a una línea de reivindicación de la riqueza de la España rural. Ambos son admiradores de 'La lluvia amarilla' (1988), la dura y desoladora novela donde Julio Llamazares recrea el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del Pirineo aragonés. "Ese texto es una catarsis y una toma de conciencia del abandono, quizá la primera gran catarsis", destaca Del Molino.

"Aparte de Llamazares, la otra obra esencial es la trilogía ‘El reino de Celama', de Luis Mateo Díez, con un énfasis especial por su primer volumen: ‘El espíritu del páramo' (1996). Otro libro delicioso y de altura es ‘Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural' (2015), de Emilio Gancedo", aporta Cerdá.

Por su parte, Del Molino recuerda la inmensa obra de Miguel Delibes. De ella podríamos subrayar ‘El disputado voto del señor Cayo' (1978), un clásico que contiene pasajes memorables, donde un político de la capital, candidato a las primeras elecciones democráticas, acaba rendido a la sabiduría del anciano protagonista, que sobrevive en un pueblo de solo tres habitantes. "Ese tío sabe darse de comer, es su amo, no hay dependencia, ¿comprendes? Esa es la vida, Dani, la vida de verdad y no la nuestra (...) Tú estás sofisticado, yo estoy sofisticado, este está sofisticado, todos estamos sofisticados. No hemos sabido entenderlos a tiempo y ahora ya no es posible. Hablamos lenguajes distintos", lamenta el personaje. Poco después, se extiende con lucidez en plena borrachera. "Imagina, por un momento, que un día los dichosos americanos aciertan con una bomba como esa de neutrones que mata pero no destruye, ¿no? Bueno, es una hipótesis, una bomba que matara a todo dios menos al señor Cayo y a mí, ¿te das cuenta? Es una hipótesis absurda, ya lo sé, pero funciona. Pues bien, si eso ocurriera, yo tendría que ir corriendo a Curueña, arrodillarme ante el señor Cayo y suplicarle que me diera de comer, ¿comprendes? -casi sollozaba-: el señor Cayo podría vivir sin Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo. Entonces, ¿en virtud de qué razones le pido yo el voto a un tipo así, Dani, ¿me lo quieres decir?".

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